Leyendo con Ani

Era un sábado de marzo, un día fresco, soleado, justo como lo intencionó para el día de su boda.  Sentada frente al espejo se miró atentamente y recordó todo lo que la había llevado hasta ese momento.  Llevaba un vestido largo, ceñido al cuerpo, el collar que le regaló el amor de su vida para que luciera en ese día especial para ella y su futuro esposo. ¿Futuro esposo? - se preguntó nerviosa - Manuela jamás pensó vivir ese momento y menos, con un hombre tan especial como Andrés, quien era lo que ella siempre había soñado y pensó que no existía. Ahora, estaba a solo minutos de casarse y no podía evitar recordar como empezó todo. Era una tarde de octubre, Manuela estaba leyendo a su autor favorito mientras disfrutaba de un delicioso café.  Comenzó a sentirse observada, lo que la incomodó.  No era normal que la gente se quedara viéndola, Manuela, no se consideraba una mujer atractiva, ni mucho menos una mujer que llamara la atención a simple vista en lugares públicos....

La luz en verde y el miedo paralizante que volvía a detenerla.  Laura no sabía si seguir su camino a verlo, o detenerse y llenarse de valor para dejarlo ir de una vez por todas. Sabía dentro de sí que Pablo nunca iba a corresponderle ese amor infinito que ella le profesaba, y que siempre iba a seguir estando en un segundo lugar; ahí, invisible a veces, dada por hecho siempre.   Los carros pitaban sin parar, la mente de Laura intentaba acallar todos los pensamientos que llegaban sin parar a su mente.  Realmente, ¿soy importante para él? Si mañana desapareciera, ¿me extrañaría? ¿Le duele como me duele a mí la distancia? Era la quinta vez en menos de dos meses que Laura se embarcaba en un viaje de muchas horas por carretera solo para ir a verlo, aunque él nunca se negaba y se mostraba alegre de recibir sus visitas, no hubo ni una sola vez que él tomara la iniciativa de invitarla o incluso de ir a verla. Aunque Laura sabía que él la quería, no sabía realmente hasta que p...

  “Tripulación, estamos próximos al despegue”, se escuchaba de fondo mientras ajustaba mi cinturón de seguridad y sonreía tímidamente a mi compañero de asiento.  La ansiedad me había dejado aturdida, me sudaban las manos y sentía palidecer.  Mientras el avión ganaba altura sentía que había algo que se estaba desprendiendo de m í, no pude contener las lágrimas.  “Déjame ir contigo” me dijo Manuel insistentemente , mientras empacaba toda mi vida en dos maletas.  No podía aceptar que dejara toda su vida para venir conmigo a un país desconocido , dejando sus planes, sus sueños, su trabajo, solo por estar a mi lado.  Que dejara de pintar y llenar los espacios de su casa y la mía con cuadros que solo él entendía, pero que amaba.  Que soltara Salento para siempre y esas calles qué tanto le gustaba pintar.  “Qué bella eres”, me decía mientras me apuntaba con el lápiz, como diciéndome que él y yo éramos uno solo. No podía permitir su sacrificio por m...