La decisión más difícil

 “Tripulación, estamos próximos al despegue”, se escuchaba de fondo mientras ajustaba mi cinturón de seguridad y sonreía tímidamente a mi compañero de asiento.  La ansiedad me había dejado aturdida, me sudaban las manos y sentía palidecer.  Mientras el avión ganaba altura sentía que había algo que se estaba desprendiendo de mí, no pude contener las lágrimas. “Déjame ir contigo” me dijo Manuel insistentemente, mientras empacaba toda mi vida en dos maletas.  No podía aceptar que dejara toda su vida para venir conmigo a un país desconocido, dejando sus planes, sus sueños, su trabajo, solo por estar a mi lado.  Que dejara de pintar y llenar los espacios de su casa y la mía con cuadros que solo él entendía, pero que amaba.  Que soltara Salento para siempre y esas calles qué tanto le gustaba pintar.  “Qué bella eres”, me decía mientras me apuntaba con el lápiz, como diciéndome que él y yo éramos uno solo. No podía permitir su sacrificio por mi felicidad, es una carga muy pesada.

Nos conocimos el primer día de clases en la universidad, tenía un saco rojo que le hacía resaltar sus ojos y su cabello, iba camino a su salón cuando lo abordé para preguntarle si sabía cuál era la ruta a la facultad de bellas artes, “¿Bellas artes? Así que seremos compañeros de facultad” dijo mientras una sonrisa pícara se le dibujó en el rostro.  Nunca más volvimos a separarnos, primero nos convertimos en grandes amigos, cómplices, confidentes; luego, el amor hizo lo suyo y estuvimos juntos hasta justo antes del abordaje.

Mientras miraba por la ventana y veía cómo iba cayendo el sol en el horizonte, confirmé que este viaje debía hacerlo sola, era necesario demostrarme a mí misma que podía hacerlo sola.  Siempre había tenido el apoyo de mi familia y de Manuel, había sido una mujer afortunada, llena de amor, rodeada de los que amo.  Sin embargo, sentía que me he perdido a mí misma en el camino, había permitido que los demás resolvieran incluso los problemas más banales de mi vida.  “¿Qué vas a hacer si te enfermas? ¿Quién va a darte de comer? ¿Quién va a ir a buscarte al trabajo cuando esté lloviendo?”, me preguntaba mi familia con preocupación mientras les contaba de mi decisión de aceptar la oferta de trabajo con la que tanto soñé.  Al parecer nadie confiaba en que podía valerme por mí misma ni en mi país y mucho menos a miles de kilómetros de allí.  “Carolina, tú puedes hacerlo”, me repetía sin cesar mientras me preparaba para desembarcar.  

En la puerta de salida me esperaba un hombre con un cartel con mi nombre, tomó mi maleta y lo seguí hasta el auto.  Al subir, me indicó que el trayecto tomaría alrededor de 2 horas, por lo que podría ponerme cómoda y dormir si lo deseaba.  No pude dormir ni un poco, no podía dejar de pensar en Manuel, en cómo sería su vida ahora sin mí.  Mi vida había cambiado radicalmente, mañana a primera hora llegaría a mi nuevo trabajo, con personas por conocer, tendría nuevos compañeros, nuevos vecinos, nuevos gustos, nuevos restaurantes por descubrir, esto haría su ausencia más fácil de llevar.  Pero Manuel, él se quedó en nuestra antigua ciudad, con todos los espacios que ocupamos juntos, los lugares que visitamos, las comidas que disfrutamos y los recuerdos que construímos.  Acordamos no escribirnos ni hablar por un tiempo, “es mejor así, Manuel, tenemos que poder seguir viviendo sin el otro, verás que con el tiempo todo dolerá menos” le dije, con un nudo en la garganta, justo antes de despedirnos...


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