La Boda

Era un sábado de marzo, un día fresco, soleado, justo como lo intencionó para el día de su boda.  Sentada frente al espejo se miró atentamente y recordó todo lo que la había llevado hasta ese momento.  Llevaba un vestido largo, ceñido al cuerpo, el collar que le regaló el amor de su vida para que luciera en ese día especial para ella y su futuro esposo. ¿Futuro esposo? - se preguntó nerviosa - Manuela jamás pensó vivir ese momento y menos, con un hombre tan especial como Andrés, quien era lo que ella siempre había soñado y pensó que no existía.

Ahora, estaba a solo minutos de casarse y no podía evitar recordar como empezó todo.


Era una tarde de octubre, Manuela estaba leyendo a su autor favorito mientras disfrutaba de un delicioso café.  Comenzó a sentirse observada, lo que la incomodó.  No era normal que la gente se quedara viéndola, Manuela, no se consideraba una mujer atractiva, ni mucho menos una mujer que llamara la atención a simple vista en lugares públicos.  Estaba acostumbrada a pasar desapercibida y se sentía cómoda así.  Así que después de inquietarse y sentirse un poco molesta, decidió levantar su mirada con curiosidad.  Cuando Manuela se encontró con su rostro, sus ojos grandes, luminosos, curiosos, esbozó una sonrisa, a lo que él respondió de la misma manera.

Tenía un rostro amable, labios delgados y humectados, la sombra de una barba de 3 días le daba un toque sexi.  Las gafas le daban un toque maduro y varonil a su mirada.  Y, algunas canas ya lucían en su cabello negro.

No habían pasado más de dos o tres minutos, cuando él disculpándose por el entrometimiento en su lectura, le dijo que el libro que ella leía era de su autor favorito y que le parecía fascinante que alguien más disfrutara de la lectura tanto como él, al punto de abstraerse de la realidad.  Le confesó que llevaba más de 20 miinutos allí sentado, observándola y absorto en la forma como ella disfrutaba de su lectura sin percatarse del mundo exterior.

En ese momento, Manuela se preguntó si debía ofrecerle una silla en su mesa y continuar la conversación de manera más cómoda.  Sin embargo, solo podía pensar en todas las veces que le repitieron que no iniciara conversaciones con extraños.  Estaba cerca de los 30 años y aún pensaba en las palabras de su madre cuando un desconocido intentaba entablar conversación.

Él, como si pudiera leer su pensamiento, le dijo: "discúlpame, tan amena está nuestra conversación, que no me he presentado aún.  Soy Andrés, un gusto conocerte lectora bonita.  "Hola Andrés, soy Manuela." - respondió ella.  Cuando sus manos se estrecharon, una sensación de calor recorrió el cuerpo de Manuela, sintió como si una fuerza interna inexplicable se hubiera liberado.  La siguiente media hora transcurrió entre anécdotas y risas, como dos viejos amigos que se volvieron a encontrar después de muchos años.

Manuela recibió un mensaje a su teléfono y su vibración la sacó de la burbuja en la que se encontraba. "Discúlpame, debo irme, me están esperando y perdí la noción del tiempo".  Agradeció por la charla y pagó su café.  Estaba bajando el último escalón del local, cuando sintió que la tomaron por el brazo "Manuela, olvidaste tu libro" - exclamó Andrés.  Manuela se volvió hacia él que sostenía su libro en la otra mano, lo recibió agradeciéndole y disculpándose por su olvido.  Andrés sonrió mucho más abierto y luminoso que la primera vez y le dijo "nos volveremos a ver" mientras movía su mano en señal de despedida.

Ella subió a su carro y luego de respirar un poco, trató de entender lo que acaba de suceder.  Recordó, tarde, que no le había pedido su número de teléfono, ni ella a él, así que estaba segura que no volverían a coincidir.  Vuelve a sonar su teléfono, esta vez Santiago la llamaba para preguntarle si ya había llegado, pues él estaba entrando al estacionamento y le anunciaba que en pocos minutos la encontraría.  Manuela no pudo evitar reirse mientras le decía que un hombre le había impedido llegar a tiempo, se disculpó.

Al llegar, Santiago pidió uno a uno los detalles de ese encuentro casual y al final, le sugirió volver al café para intentar encontrarlo.  ¿Estás loco? - le dijo Manuela, la ciudad tenía un poco más de 10 millones de habitantes, por lo que encontrarse dos veces con un desconocido es muy poco probable.  Manuela prefirió pensar que su encuentro había sido algo intrascendente, así que después de pensarlo mucho, desechó la idea.

Al regresar a su apartamento, Manuela sacó su libro de su cartera y una tarjeta cayó de él.  Andrés Cifuentes - diseñador, al girar la tarjeta, su número de contacto y una flor dibujada a mano.  Manuela, como si de una broma del destino se tratase, lanzó una carcajada de nerviosismo e incredulidad.  Trató de convencerse de que Andrés estaba en búsqueda de su siguiente cliente y pensó que una lectora empedernida, podría necesitar ayuda con un espacio de lectura en su casa.  Manuela guardó la tarjeta con cuidado en su cartera y se dispuso a preparar la cena...

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